
Comencé con el maniquí. Es un objeto de gran utilidad para probar juegos de luces y contraluces no sólo en el mundo estrictamente de la fotografía sino también en campos como el diseño gráfico o la arquitectura. La puesta en escena fue un tanto rudimentaria probando como foco con una lámpara de mesita y con la linterna que habitualmente llevo en el maletero de mi choche. La verdad es que hubiera agradecido en ese momento la ayuda de otra persona, pero me las arreglé como pude.
Posteriormente, me centré en los envases vacíos. Además de los de cerámica de cuajada y de vidrio para potitos de bebé, me serví de un mortero casero. Comencé disparando con distintas torres apiladas de los diferentes objetos clasificados por género por decirlo de algún modo. Hice una pirámide con los tarros de cerámica, por un lado, con los de vidrio de potito, por otro, y también con unos recipientes también de vidrio pero de legumbres y verduras. La principal pega que observé es que estos últimos rompían el elemento de continuidad que los otros dos tenían de manera implícita. Por eso los descarté y me centré primero en los potitos y luego en los tarros de cerámica. No guardan una similitud y semejanza absolutas. No son piezas clónicas como las sopas Campbell de Andy Warhol, aunque tampoco me instaba inspirando en obras de pop-art ni mucho menos, pero por sí mismas transmitían armonía y, como decía, continuidad visual.
He podido observar en los blogs de los demás compañeros de la asignatura que las frutas ha sido la tónica predominante y hay muchas propuestas formidables a todos los niveles: estética, temática, etc. Sin embargo, también ha habido algunos que se han apoyado, como yo, en envases vacíos y tengo que remarcar que me han encantado sus fotografías.
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